Perdieron su vida en un procedimiento de inmigración


Publicamos esta entrada simultáneamente aquí y en el Boletín de la Asociación Cultural Húngaro-Judía.
El autobús serpentea despacio sorteando los baches de la carretera que sube el paso de los Cárpatos. De tanto en tanto no logra evitar un socavón del que parece que ha de salir desballestado. El sol ya hace un rato que se ha despedido. El río Tisza forma bancos de vapor y una niebla baja flota sobre la carretera. Dejamos atrás un largo camino desde que muy temprano, en la madrugada, partimos de Budapest. Unas horas deprimentes en la frontera ucraniana. Andrea y yo intentamos que la gente olvide esta espera capaz de rompernos los nervios. Les contamos nuestras peores experiencias de otras veces y las viejas técnicas para ir más rápido («pasaportes rellenos»). Beregszász/Beregovo, donde se nos invita a ver la renovación, iniciada por fin, de la pequeña sinagoga que durante décadas se usó como almacén de municiones. Luego Huszt/Khust y Rahó/Rahov. El camino empeora a cada paso. Y deberíamos estar ya en Czernowitz. Nos queda un largo trecho por recorrer –esto, por suerte, aún no lo sabemos– a lo largo de los ríos Prut y Cheremosh, por carreteras salpicadas de cráteres causados ​​por el congelamiento y los deshielos sucesivos. Justo después de nuestro paso las autoridades las cerrarán declarándolas impracticables. Solo a las cinco de la mañana llegaremos a Jerusalén, a orillas del Prut: así se llamó la ciudad más judía de la monarquía austro-húngara a la vuelta del siglo, y desde aquí necesitaremos medio día más para llegar a Kamenets-Podolsk por carreteras igualmente asoladas. Pero ahora aún tenemos delante de nosotros Kőrösmező/Yasinya, primero frontera húngaro-polaca, más tarde checo-polaca y aún más tarde húngaro-alemana. En la noche cada vez más cerrada, me inclino en el asiento delantero para atisbar ahí afuera la estación de tren donde entre el 15 de julio y 12 de agosto 1941 las autoridades húngaras entregaron aquellos veinte mil «apátridas» judíos a las autoridades alemanas.

De repente me despierto para ver que estamos en una reluciente gasolinera donde Andrea pregunta gde nakhoditsya vokzal, ¿dónde está la estación de tren? De no haber ella notado que este lugar le resultaba familiar ya habríamos pasado Kőrösmező. La vokzal está sólo a medio kilómetro, en la ladera de la colina. Hacemos los últimos cien metros a pie. Es cerca de medianoche. El edificio de la estación de tren está a oscuras y desierto, y justo debajo de nosotros, en el valle, parpadean las luces de la ciudad dormida. Con la luz de un teléfono móvil buscamos alguna placa en la pared de la estación. La húngara y la ucraniana han desaparecido hace mucho tiempo; solo una, rota, escrita en mal hebreo, queda todavía en su sitio. Las hermanas Prágai dejan una pequeña corona de flores apoyada en la pared, luego pondrán otra mayor en la fosa común de Kamenets-Podolsk, por su abuelo, que siguió este camino. Diez hombres judíos nos acompañan pero no todos saben la oración de memoria. Andrea saca su calendario judío, e ilumina con el iPhone el texto del kadish.

Kőrösmező/Yasinya, cementerio judío

Ocho meses más tarde, a plena luz del día, la carretera ya no es aquella desolación. La mayoría de los baches han sido cubiertos y tres placas acaban de ser colgadas de la pared de la estación. La reparación la inició el Estado húngaro a instancias de la Asociación Cultural Húngaro-Judía y el Holocaust Memorial Centre después de nuestra visita de abril. También se pusieron en contacto con el Cónsul de Hungría en Ungvár/Uzhgorod, quien visitó el lugar, y el Cónsul General József Bacskai además encontró una foto donde se ven intactas las tres placas inauguradas en 2009 por el Instituto Teológico Luterano Wesley John. Así estas tres placas se reconstruyeron y colocaron en la pared como trabajo social en diciembre de 2013.


«En memoria de nuestros hermanos judíos, que eran húngaros o buscaban refugio en Hungría en 1941. El Estado húngaro de entonces y el inhumano furor nazi los pusieron fuera de la ley y los persiguieron hasta la muerte. ¡Sea bendita su memoria!» En la inauguración de la placa, aparte del Estado húngaro y el consulado húngaro de Uzhgorod, también participaron desde el lado ucraniano Oleksandr Kovalj, profesor del Departamento de Turismo de la Universidad Nacional de Uzhgorod y Director del Centro de Información Turística de Transcarpacia; Mihaylo Kolodko, escultor, líder de la UnGang, ONG cultural y educativa; Sandor Fegyir, PhD, el Vicerrector de la Universidad Nacional de Uzhgorod y líder de la ONG Panonia, y Dmitro Andriyuk, jefe de la oficina administrativa del distrito de Rahov.

En Kamenets-Podolsk, donde la mayoría de los judíos «apátridas» entregados en Kőrösmező fueron ejecutados entre el 27 y el 28 de agosto de 1941, hasta el momento sólo el Instituto Teológico John Wesley ha erigido un recordatorio en la fosa común. Así, la segunda fase de esta nueva iniciativa aún no se ha realizado, y al gobierno húngaro le toca aún dedicar un digno homenaje a aquellos que se convirtieron en víctimas de la milicia ucraniana y de los pelotones de fusilamiento alemán como consecuencia de un «procedimiento de inmigración» establecido por las autoridades húngaras mucho antes del comienzo del Holocausto.


En verano de 1941 las autoridades húngaras –sin duda a petición del personal de defensa húngaro y con la aprobación del Consejo de Ministros– recogieron en redadas policiales y expulsaron del país a veinte mil judíos, denominados «apátridas», que no tenían ciudadanía húngara. La mayoría eran aquellos que habían huido de Polonia entonces ocupada por los alemanes, pero muchos llevaban viviendo en Hungría por generaciones, o habían sido expulsados ​​de Eslovaquia a causa de su actividad pro-húngara. Los prisioneros fueron deportados al campo de acogida de Kőrösmező, donde hasta el 12 de agosto se entregaron al ejército alemán invasor de Polonia. A la vista de las dimensiones de la deportación las autoridades alemanas solicitaron detener el procedimiento porque no eran capaces de ubicar a tanta gente. La mayoría de las personas entregadas fue conducida a Kamenets-Podolsk para ser recluida durante un tiempo en el ghetto. Pero los días 27 y 28 los prisioneros fueron fusilados ante una fosa común. Este fue el primer genocidio alemán de tal envergadura perpetrado contra los judíos, un mes antes de Baby Yar y mucho antes de la instauración de los campos de exterminio.

Visitamos estas dos estaciones de la carretera de la muerte, Kőrösmező y Kamenets-Podolsk, durante la peregrinación cultural East Unlimited — Budapest-Odessa organizada en abril de 2013 por la Asociación Cultural Hungaro-Judía.

Una breve aclaración sobre nuestro título: el Gobierno húngaro ha decidido recientemente erigir un monumento conmemorativo de la ocupación nazi de Hungría el 19 de marzo de 1944. De acuerdo con la interpretación del Instituto Histórico Veritas, creado por el gobierno para reescribir la historia nacional, el Holocausto de los judíos de Hungría solo empezó después de la invasión alemana, y las autoridades húngaras fueron allí inocentes. Siguiendo este punto de vista, tras la investigación de lo ocurrido, la deportación masiva de verano de 1941 que acabaría con la muerte de casi veinte mil judíos llegó a ser definida por Sándor Szakály, director de dicho Instituto, como: «un mero procedimiento de inmigración».



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